sábado, 21 de enero de 2012

El tango en Francia

El legendario Moulin Rouge de Montmartre, Paris a principios de siglo.


La orquesta Bianco-Bachicha, en 1931, en el Teatro Olimpia de París


De izq. a derecha Roberto Fufazot, Lucio Demare y Agustin Irusta


Antes de la guerra, el abrazo inventado por los calaveras porteños de 1880, se derrama sobre todas las danzas que Paris baila hasta en las calles



Orquesta Manuel Pizarro en El Restorán El Garrón de Paris


Cartel anunciando la orquesta de Bianco en París.

Capitulo 114
(DE MONTMARTRE AL JAPÓN)
¡SALUTE, PARÍS! "Agarré tren de lujo, loco e'contento: / «bonsoir, petit, je t'aime, tu est mon cocó. . .», / con una gorda tuerta de mucho vento, / que no me dio ni medio, y me amuró. / Tiré la bronca y guapo pa darme corte, / un tortazo en ¡a ñata se le incrustó: / comisaria, jueces y un pasaporte, / ¡y terminó mi vida de gigoló! ¡Araca, Parisi. . . ¡Salute, París!. . .". La anécdota que Carlos César Lenzi cuenta en este tango con música de Ramón Collazo estiliza un hecho real, según él me lo relató: es la tribulación de cierto músico porteño que ya a punto de no tener un franco con qué comer, intenta robarle la cartera con dinero a la "franchuta vieja que va al dancing". La gorda le atrapa la mano con fuerza de grillos, lo entrega a la Sureté y ésta lo hace deportar. Es que son muchos los rioplatenses que se aventuran en Eldorado de París sin otro recurso que un pasaje y unas ilusiones.
Este señuelo lo han dejado —¡linda carnada para los giles! diría Gardel —las resonantes campañas europeas de Eduardo Arolas, de Celestino Ferrer, de Francisco Canaro, de Genaro Spósito, y de Salvador Pizarro entronizado con su bandoneón, sus pucheros a medianoche y su colectividad de criollos exiliados, en el cabaret El Garrón de la Rue Fontaine. un así, el Tango sigue en potencia internacional que no se desinfla con la mishiadura de algunos temerarios desengañados: Eduardo Bianco, Juan "Bachicha" Deambroggio tocan en toda Europa y hasta en el Cercano Oriente, con su escenario capital en París donde Manuel Pizarro llega a conducir tres orquestas que actúan simultáneamente cada noche, alternándose él en la personal dirección de cada una. Cátulo Castillo, con los tres hermanos Malerba, Héctor María Artola, Roberto Maida, Rosendo Pessoa, "El Rata" Iriarte, Horacio Pettorosi, Miguel Orlando, Miguel Tanga y "El Cieguito" Remondini hacen tangos en Francia, en Bélgica, en Alemania y en España. —«Pianistas y violinistas rara vez faltaban, porque muchos músicos franceses y de cualquier nacionalidad, se dedicaban a las orquestas criollas visto el éxito. Faltaban fueyeros. Yo había ido a París en 1925 con toda la familia —también Lucio mi hermano que se quedó— pues mi padre tocaba en una de las dos orquestas que llevó Canaro. Pero sentí nostalgias y me volví a Buenos Aires —me relata Lucas Demare—. Pronto me arrepentí de lo que había hecho. Y como era imposible que me dieran otro pasaje, me lo fui a ver a Pedro Maffia; al cabo de cinco meses —ya sabía música y piano de antes— tocaba, y con el bandoneón regresé a Francia y debuté enseguida en la orquesta de Pizarro.» Mañanitas de Montmartre y Musete de Lucio Demare; Anclao en París de Cadícamo y Barbieri, La que murió en París de Blomberg y Maciel, Cote d'Azur de Julio de Caro y Noches de Montmartre de Pizarro y Lenzi, ponen en fila matizada de humoradas y de lirismo las historias de este segundo apogeo tanguista en París, espumado en uno de los más lindos tangos con melodía de Delfy por este par de versos de González Castillo: ". . que a Montmartre desde Boedo / hay un paso, nada más".

Capitulo 115: RUÉ PIGALLE Y RUÉ MAIPÚ Arrecifes de un fondo de misterio, estos sitios de Montmartre están sólo calzada por medio de otros lugares porteños y va uno a embicar en su sombra esponjosa, implantado de antes en el contorno de este plato de comida que ya ha comido, en ese acorde de ruiditos ya escuchado, y el enigma de la esquina no es tal: algún desvarío de lo real te reitera en el trozo de calle que creés desconocido, y para el aire de la rue Pigalle aquel tango silbado por Maipú y éste son el mismo. Del brazo con Andrés Huc Santana que vive en los bajos de Montmartre tras de haber cantado treinta años en la Ópera grande y a la vuelta de cuarenta de vivir en París, apilamos lentamente las cuadras cuarenta años después: —Aquí, en la rue de Notre Dame de Lorette estaba el restorán Capítol que es entonces mesa de encuentro para todos los criollos que residimos —como mucho antes Victor Hugo— en el Hotel de París de la rue Pigall, Nos veíamos también en el Caprice Viennoise y comíamos en el Gavarni con Gardel; su francés era fenomenal, porque traducía literalmente de un idioma al otro. Para decir, por algo gracioso, "¡qué plato, che!" él mandaba por traducción gardeleana "¡quel assiette!" y así todo. Como cantor, yo que he trabajado con los mejores de la época, digo que de ninguna manera Caruso fue superior a Gardel. «La rue Fontaine es por 1928 una Corrientes angosta pero parisiense: ahí están El Garrón, el Costa Bar, la Boite a Matelot, El Chantilly donde toca Oscar Alemán, los restoranes Mario y Astor, el Chez Gardi —tipo cantina italiana que como ves está todavía— los cafés Le Lizeux y Fontania y un poco más arriba la Cabaña Cubana. En la rue Mansart casi todos somos en aquel tiempo habitués de Le Boudon y de A la Cloche d'Or. Por el sur, en Bvr. Montparnasse y Bvr. Raspail íbamos a La Coupole que sigue ahí aunque transformada. Gardel debuta en el Teatro Fémina y en dancing Florida en el otoño de 1928. Al año siguiente cantará en el Teatro de la Ópera, en un festival benéfico: es la "avant garde" del tango genuino allanado en el encanto de un tipo de esos que se da cada cuatro generaciones. La otra vanguardia, con el estilismo instrumental en estado de trastorno creador, es la de Julio De Caro que debuta en el Palais de la Medíterranée de la Costa Azul en 1931, filma con Gardel Luces de Buenos Aires en Joinville, a treinta kilómetros de la capital y toca en el Empire. Son siete pulmones la yunta de fueyes, Pedro Laurenz y Armando Blasco, la mejor que hay, con los trescientos cascabeles de sus Doble A afinados a 440 brillante por primera vez, gatillando los fraseos cabreros y expresivos a cuatro manos, atacados y desgarrados hasta el resuello del último octavado como para me- terle banda de sonido a unos estampones de Goya. Es la jeta cabal de los tangos venida de la placenta de la música de Buenos Aires en los "yeites" de estos bandoneonazos escolaseadores de la angustia, moluscos cantores del Mar Dulce que atraviesan invictos la sangre mezclada de los porteños con su pura sangre de linyeras y aristócratas del arte. Berretín, Boedo, Mala junta y La revancha exponen con sus transiciones de tonos mayores a menores, su abundante ornamentación contrapuntística y su variada estructura de tuttis, solos y dúos, el extracto impecable de lo compadre musicalizado en amplio sentido poético. Sueño azul, Copacabana y Olimpia retrotraen a París al clima de las romanzas francesas, pero con sus sonoridades reconstruidas desde los cimientos, por la originalidad de estos tanguistas que no copian sino a su corazón y deslumhran a Chaplin y a Rubinstein. Finalmente otro Tango, el que no es ni un "lieder" porteño con guitarras ni música de cámara canyengue y con bandoneones, el tango escénico de la Bozán y de la Guzmán llega a París con la compañía de Manuel Romero. En 1975, María Herminia Avellaneda tropezará con los mismos arrecifes fatalísticos que uno. Tratando en el antiguo y bellísimo Palace de Montparnasse la primera actuación de Susana Rinaldi en París, el viejo administrador le dice: "¿Tangos? Pero si aquí cantó Gardel y aquí debutó la gente de Romero . . ."

116 LE CULTE DU DIEU TANGÓ El Tango resulta un arte de clase exquisita entre las mismas minorías francesas consagratorias para La Voz Humana de Cocteau, el cine de Buñuel y la pintura de Magritte. Está bien: en Buenos Aires De Caro y Gardel, sublimación orquestal y trovadora del Tango, son también artistas populares y los que más radicalmente expresan lo popular para unas élites. Puesto en perspectiva de mayorías, el Tango es un arrobamiento para bailar que se acopla al perfume semiclandestino de su música y la sensualidad descorchada de la primera posguerra. Editado por Firmín-Didot, se imprime en 1930 el Visages de París don- de André Warnod opina: «Hoy vamos a los placeres con un frenesí furioso. Bailar ha estado prohibido durante toda la guerra y la danza ha tomado el sabor del fruto prohibido. ¡Bailemos, bailemos! antes que este disfrute sea puro pasado, porque los edictos policiales son tan severos como antes del armisticio. El baile está siempre prohibido; pero los dancings clandestinos que ya existían durante la guerra son ahora más numerosos todavía y se abren en los lugares más reservados. «La autorización para bailar es finalmente acordada y todo se vuelve pista de baile: la gran sala del Hippodrome, los cabarets de Montmartre donde atropellan los "chansonniers", el Teatro Apolo. Para el culto del nuevo dios, el dios Tango, será necesario levantar templos expresamente construidos. Y he aquí las salitas libradas a la discreta penumbra, con sus lámparas seminubladas, sus orquestas languidecentes y voluptuosas y la manera equí- voca de los bailarines profesionales de semblante pálido, pelo negro y resplandecientemente engominado. «Los moralistas se indignan —prosigue André Warnod—. El dancing es un lugar de perdición que pisotea las reglas de la convivencia familiar. Para bailar es necesario calzar irreprochablemente, las medias perfectas y el acicalamiento acorde, y por alcanzar estas riquezas las mujeres están dispuestas a lo que sea. La era de las restricciones se reanuda, porque la guerra está lejos de haber acaudalado al país: la dureza de la ley cae nuevamente sobre la danza, sus bailarines y sus lugares. «Se inventa ahora las Cenas-Tango, donde se tanguea entre plato y plato. Y no se baila demasiado aún, de entrecasa, idea que resultaría ruinosa para los dancings. Pero por pasión danzante se ha inaugurado un sistema que jamás había sido admitido en París y por el cual los dueños de casa se sienten muy honrados al verse asistidos por sus amistades bajo la forma de una reunión sorpresa, tipo pic-nic en que se paga a escote o cada uno aporta su porción de víveres y bebestibles con destino al "buffet". «El pueblo más espiritual de la Tierra ha metido su espíritu entero en sus pies. Pero es necesario anotar también —concluye el escritor francés— que la danza no es más de lo que había sido antes de la guerra. Desde el Tango al boston hay tanta distancia como del vals del Directorio al minuet del Ancien Régime. Bailar el Tango en brazos de un bailarín flexible y vigoroso fue para las damas de la posguerra una felicidad incomparable que tomó el lugar de todas sus otras alegrías».
Horacio Ferrer